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 La educación sexual integral es parte de la responsabilidad que deben asumir las autoridades y establecimientos de educación y salud, en un contexto dentro del cual la ignorancia y la información errónea pueden representar una amenaza para la vida. Desde una concepción plena, tal como contempla  la Ley Nacional de Educación Sexual Integral Nº 26.150/06, así como la Ley de Educación Sexual Integral Nº 2.110/06 sancionada por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la educación sexual incluye los aspectos físicos, emocionales, intelectuales y sociales del individuo. Es relevante que esta concepción no sólo reconoce la importancia de la información, sino también la de los sentimientos, actitudes, valores y habilidades que se ponen en relación a partir del vínculo con uno mismo y con el otro.

En la mayoría de los países, especialmente los niños y niñas entre cinco y trece años, pasan una parte importante de su tiempo en la escuela. Por esta razón, constituye un espacio privilegiado para llegar a grandes cantidades de jóvenes de distintos estratos sociales. Por otra parte, las escuelas cuentan con un potencial docente  que representa una fuente de información confiable, con la oportunidad de impartir programas de largo plazo a través del currículo oficial orientado a la educación sexual. Las autoridades escolares tiene el poder de regular muchos aspectos del entorno de aprendizaje con el fin de hacerlo más protector y auspicioso.

El trabajo sistemático en educación sexual amerita la organización de reuniones y encuentros para discutir, debatir, analizar y planificar intervenciones conjuntas que tengan en cuenta la particularidad de cada institución, el contexto sociocultural en el que está inserta y las características de la población que concurre a ella.

  En este marco, el docente, desde la escuela, necesita abrirse a nuevos recursos que actualicen su repertorio. El desarrollo de las nuevas tecnologías y su utilización favorecen la cultura participativa. Este término desarrollado por Henry Jenkins, se define como espacios de aprendizaje que permiten fortalecer el compromiso cívico de los individuos, a través de la conexión social y la participación, que se genera al compartir con otros lo hecho por uno (Henry Jenkins: 2009). Entonces, resulta fundamental conocer y aprovechar la batería de nuevos dispositivos digitales, que abren un territorio potencial de colaboración en el cual pueden desplegarse de manera adecuada procesos de enseñanza y aprendizaje (Cobo Romaní et al, 2007). Este proyecto intenta colaborar en la formación y acompañamiento de los maestros para  ofrecer a niños, niñas y adolescentes la posibilidad de valorar la sexualidad como un campo de desarrollo, crecimiento y realización personal, en el marco de proyectos de vida solidarios que les permitan disfrutar plenamente de su sexualidad, atendiendo al cuidado de la salud integral propia y de los demás.

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